sábado, 14 de agosto de 2010

La Pecadora (2009) de Andrea Genta

Siempre amé la vida. Quien ama la vida no logra adecuarse, obedecer; aceptar órdenes…Un ser humano que se adecua, que obedece, que acepta órdenes, no es un ser humano.
 Oriana Fallacci (1979)
 
 
por Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz


Las palabras que declaraba Oriana Fallacci en una entrevista y que figuran como epígrafe, bien podrían haber sido expresadas por Delmira Agustini, muchos años antes. Las mujeres siempre tuvimos una lucha permanente entre la sociedad que nos tiene un lugar prefigurado desde antes de nacer, con un rol íntimo, privado; nuestro propio deseo de querer de alguna manera cumplir con ese mandato y, por otra parte, con nuestra voz interior que nos recuerda nuestros sueños, nuestra necesidad de expresión. Algunas logran reprimir esa fuerza, la pasión a la libertad en todos sus sentidos que para otras es absolutamente incontrolable, mientras la viven a través de los demás, como la madre de Delmira vivía su propia frustración en la realización de su hija. Andrea Genta logra en la textualidad de La Pecadora transmitir la necesidad dolorosa de ser diferente y a la vez ser aceptada a partir de esa diferencia. Incapaz de fingir, Delmira se expuso a la tragedia porque quiso construir su propio relato, aunque éste la llevara al abismo. La sensualidad, derecho del sexo fuerte, en ella era el símbolo de sentir en libertad, amando sin exclusiones y a cada uno por razones diferentes. La puesta que en el Teatro del Pueblo dirige Lorenzo Quinteros, logra en algunos intensos momentos el clima erótico necesario que trasmita la fuerza sensual de la escritura de la poetisa. En un espacio delimitado por los objetos, y telones de mórbida caída, se recrean la sala de la casa de la autora (Romina Moretto), para luego en un cambio rápido, el domicilio con su esposo, Enrique (Ezequiel Campa); los objetos se suceden y modifican el espacio, representativos de la personalidad que vibra en ellos, alfombra persa para la sala de Delmira, de cuero de vaca para la sala de la casa de Enrique. La madre (Lina De Simone) recupera la persona de la hija, en el abrazo a su muñeca preferida. El personaje de Manuel Ugarte (Alejandro Sánchez Olea) con un espacio construido casi desde el discurso, aparece tipificado a partir del vestuario, la postura y arrogancia de un gentleman de la época, apasionado, pero medido en sus sentimientos, absorbido por el momento social. Fiel al texto la época, los actores exploran una sensibilidad que parece lejana en el tiempo, sobre la escritura femenina desde la escritura de una mujer. Andrea Genta es una dramaturga uruguaya que no sólo conoce el trabajo poético de Delmira Agustini, sino también los resortes que movían a la sociedad de su país en ese espacio y tiempo histórico, tan similar al nuestro, del que aún nos llegan remotos sonidos si pensamos que la propia dramaturgia por mucho tiempo no valoró las textualidades escritas por mujeres, hasta que Griselda Gambaro selló su polémica presencia con El Desatino (1965).Un texto interesante, con buenas actuaciones, sobre todo la composición que de La Madre hace Lina De Simone, que va adquiriendo fuerza a medida que las acciones suman intensidad, Romina Moretto suma duplicidad a las contradicciones de su Delmira, y logra por momentos evocar a la “nena” que juega y esconde a la mujer. Desconcertante a veces Ezequiel Campa, que no logra cargar a su personaje de su identidad víctima – víctimario. Por último, el papel de Ugarte tiene tal vez una construcción demasiada arqueológica, macchiettada y exterior, más preocupada en la visibilidad del signo que en el juego íntimo del desborde pasional.
Si bien la sala Teatro Abierto, por sus reducidas dimensiones, inevitablemente involucra al público en el clima cerrado y opresivo de la obra, desde la escenografía hay una búsqueda de armonizar el nudo dramático por el cual transitan los cuatro personajes. El dispositivo escenográfico expande el espacio lúdico e incrementa los puntos de vista. Así observamos a Ugarte leyendo en Buenos Aires, en el extremo opuesto a La Madre con la muñeca de su hija, y, en el centro del espacio lúdico, a Delmira y a su esposo. Además, se logra con los recursos escénicos utilizados reforzar el desdoblamiento de la personalidad de la poetisa: una mujer infantil y frágil que es desbordada por una personalidad abrumadoramente intelectual y pasional. Lorenzo Quinteros y todo el grupo de profesionales nos ofrecen una puesta en escena dinámica  y vital – indispensable para el actual espectador - pero sin perder el clima propuesto por la autora - las primeras décadas del siglo XX - y esa necesidad dolorosa de ser poeta y mujer… Debemos recordar que los poemas de Delmira se inscribieron en la línea modernista que caracterizó a muchas escritoras del Río del Plata, en Ceguera marcaba esa diferencia

No sé...
Rara ceguera que me borras el mundo,
estrella, casi alma, con que asciendo o me hundo.
¡Dame tu luz y vélame eternamente el mundo!
 
                    
Ficha Técnica: La Pecadora de Andrea Genta. Dirección: Lorenzo Quinteros. Asistente de dirección: Mariana Gianella. Elenco: Romina Moretto, Lina de Simone, Ezequiel Campa, Alejandro Sánchez Olea. Diseño de escenografía y vestuario: Gabriela A: Fernández. Música original: Rick Anna. Diseño de iluminación: Lorenzo Quinteros.

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