sábado, 14 de agosto de 2010

El Soplón de Dios de Freddy Virgolini (1)

Más y más mi propia lengua se me aparece como un velo
que debe ser rasgado
para llegar a las cosas (o a la Nada)
detrás de él. (Beckett, “Carta alemana” 1937)
 
por María de los Ángeles Sanz

Una sala en penumbras, el ámbito necesario para un teatro de cámara donde el desarrollo de un monólogo metafísico sobre la condición humana irá a través de la presencia y la voz del actor involucrando a la platea, hasta convertirla en el conjunto de almas que en la más absoluta indiferencia asiste a las tragedias del mundo. El autor/actor, nos permite intuir la complicidad con el mal de los que ya descansan en la paz eterna, y los que aún vivos pretenden sordos y ciegos descansar en ella sin alterarse. El mal necesario, la otra cara de Dios, dice el personaje, para despertar la conciencia del hombre, y sacudirlo para que comprenda la necesidad de su compromiso con los demás. Pero, el mal está encarnado en el ángel caído, que ya está cansado de su papel en el mundo, y que no consigue a nadie que lo reemplace, porque la humanidad, es decir todos nosotros no escarmentamos, por más lujuria de dolor que sus acciones desaten. La propuesta es interesante, y el trabajo actoral de Freddy Virgolini, es muy bueno y por momentos excelente; con recursos que provienen la Comedia del Arte, del trabajo del bufón de “Il Matto” del “Vientre de la ballena” de Cristina Castrillo, que le permiten las transformaciones que el desencantado Lucifer sufre. El uso del espacio escénico, que se extiende al espacio escenográfico cuando rompe con la cuarta pared, e interroga al espectador, hace que su cuerpo, se doble, se contraiga, se expanda, y lo abarque en su totalidad, en un juego donde se despliegan todas las posibilidades que la disciplina sobre él le permiten. Cuerpo que se expande en los objetos: una máscara blanca, que oculta y devela, una “sopapa desatascadora” que va cumpliendo diferentes funciones, una marioneta pequeña que representa al hombre y su debilidad, un bastón que es la continuación del brazo del poder, y un pañuelo rojo que simbólicamente se traduce en sangre, hasta la máscara que devela la otra cara de la neutralidad, el demonio que nos habita; los muertos que ingresan al Consejo de conciencia, también lo hacen a través de objetos, un saco en el caso del hombre, unos zapatos de taco, para señalar el ingreso de la mujer. Los interrogantes que el monólogo se plantea son a la vez, tan viejos como la humanidad y tan actuales, porque permanecen vivos y presentes; el hombre no ha cambiado, el mal era y será necesario, la conciencia hoy como ayer sigue muda; aceptando que el “diablo” es la otra cara de la divinidad, y la que sostiene todo lo que ésta no puede controlar ni resolver. Sin embargo, en el trayecto de la puesta la efectividad del discurso se debilita ante la extensión de la textualidad dramática en donde todo aparece demasiado explícito, donde las respuestas anteceden a las preguntas, impidiendo que el espectador se sacuda del lugar de testigo en que está colocado dos veces, por su calidad de voyeur ante el espectáculo, y porque ya no queda más que pensar y decir. A veces, aclarar oscurece, y en este caso una condensación del texto hubiera producido un efecto más productivo sobre la platea, y le hubiera dado el vuelo metafísico buscado desde la palabra y las acciones físicas. El espacio de la ambigüedad, ausente en la selección y composición del discurso, hace que la palabra no provoque el choque necesario. La ecología, la guerra, la ambición, el poder, el dinero, son temáticas duras que reunidas en un todo producen un torbellino que impide la fuerza que el valor perlocutorio de la palabra tiene, a pesar de que Virgolini confie en él. El soplón de Dios es una búsqueda de comprensión a la desolación de un mundo que pareciera querer autodestruirse en cada decisión y que sin embargo, permanece en pie, a pesar de sí mismo; y es además una búsqueda estética que necesita deconstruir su propio lenguaje, para alcanzar la realidad que se escapa a través de la palabra.


Ficha técnica: El soplón de Dios de Freddy Virgolini. Unipersonal. Asistencia técnica: Victoria Rodríguez Cuberes. Operación Técnica: Virginia Landi. Teatro Piccolino. 

Notas
(1) Freddy Virgolini, es actor, director y formador de actores, que comienza sus estudios junto a Agustín Alezzo, en 1983, mientras cursa el Conservatorio Nacional de Arte Dramático. En 1991 funda EA; Escuela de actores en Mar del Plata, que aún continúa funcionando, viaja a España en 2002, y es actualmente director artístico de Nido Acciones Escénicas, compañía teatral que desarrolla su actividad en España, cuyo proyecto se relaciona con la formación, investigación, intercambio y producción escénica. En Suiza forma parte del elenco del Teatro Delle Radici. Con este grupo realiza giras internacionales con la obra “El vientre de la ballena”.

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