sábado, 14 de agosto de 2010

Homenaje a la literatura argentina, Sportivo Teatral La bella levedad de la metáfora en el camino literario de la violencia

Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz

 foto de Melina Chamatropulo

Un espacio que se expande por donde los espectadores, expectantes ante el comienzo de la puesta, van construyendo con su sola presencia la teatralidad del acontecimiento. Nada es azaroso, salvo la inesperada reacción de algún participante que se descubra arrastrado de un lugar a otro o que dude en tomar el regalo de una poesía, una carta, un trozo de voz de los autores de una escritura que abarca desde 1840 hasta hoy. Pero desde la llegada todo es escenario, todos somos actores a la espera de los actores que harán cuerpo las palabras de Esteban Echeverría, de Néstor Perlongher, de Vera Valdor, Osvaldo Lamborghini, Abelardo Castillo, el inefable Jorge Luis Borges, Antonio Di Benedetto, la reflexión de Andrés Rivera, la misoginia de Roberto Arlt. Los anfitriones, Sofía Boscacci y Leonel Elizondo, ingresan al público a un mundo otro desde la cadencia del decir y la presencia de un vestuario que retrotrae a la década del 30/40, poblada de homenajes a la poesía, y de academias de declamación; tiempo de la voz y el decir de Berta Singerman (1). Sin embargo, la introducción es engañosa porque no es poesía en el sentido estricto lo que el espectador va a presenciar, sino la poesía que aparece de la excelencia de las actuaciones, y que subyace en la metáfora que los textos encierran. Como cuadros que van descubriendo los deseos y las inquietudes de los autores, apelando en la mayoría de los casos al monólogo, los actos se suceden y ponen en escena la rica composición de personajes diversos, que presentan al espectador mundos inquietantes desde una subjetividad omnipresente. Desde la violencia explícita en el apasionado relato de El Matadero de Echeverría, hasta la que se ejerce con la palabra que somete desde el amor, el recorrido no olvida ninguna forma de ejercer sobre el otro o sobre sí mismo, el peso de una fuerza que lleva al crimen físico o moral. Así, el espectador va circulando por los siete cuadros de la obra, siete tiempos y espacios diferentes, que lo sumerge en el río sagrado de nuestra Literatura y de nuestra memoria colectiva. El grupo de actores con el original uso de los espacios escénicos corporeizan los diversos fragmentos, que como un rompecabezas se van fusionando en un todo perfectamente ensamblado. La gestualidad y el registro de sus voces permiten al público hundirse en el mundo ficcional, donde el pasado se actualiza y estalla dentro del Sportivo Teatral.
foto de Melina Chamatropulo

Ficha Técnica: Homenaje a la literatura argentina. Sportivo Teatral. Anfitriones: Sofía Boscaccci, Leonel Elizondo. Elenco: Cynthia Canteros, Micaela Rey, Jorge Agustín Romero, Lorena Damonte, Pablo Caramelo, Catalina Muñoz, Sabrina Lara y Eliana Chamatrópulo, Marina Carrasco, Joaquín Wang, Andrés Irusta. Bandoneón: Hernán Melazzi. 

1 Berta Singerman había nacido en Mozir, una pequeña ciudad de la Rusia zarista, que ella recordaba con honda calidez: Mozir es el bosque y el río; los cuentos de la abuela. Ahora todo está tan lejano que aquellos años son apenas siluetas en tardes grises de invierno, perdidas en la bruma. De Mozir se alejó cuando tenía 4 años. Su meta era Buenos Aires, donde a los 5 empezó su relación con el teatro, al menos de una manera casera. Representaba obras con sus hermanos y los vecinitos del barrio, que se encargaba de dirigir. A los 8 arrancó profesionalmente en una compañía que hacía melodramas en idish (A mí me tocó interpretar más de una vez a huerfanitos) y a los 10 integró un elenco que hacía nada menos que obras del dramaturgo sueco August Strindberg. Más allá de los escenarios, Berta extraía de esa época otra clase de vivencias. Solía mencionar que jamás se olvidaba de los olores de la cocina judía de su madre, como tampoco dejaba de acordarse de la voz de barítono del padre, que cantaba temas revolucionarios, letras vinculadas a las horas en que luchó contra el régimen zarista de su país. Asimismo, la abuela de los cuentos, una mujer muy religiosa, ocupaba un espacio especial en sus evocaciones. Ya con suficiente experiencia escénica, en 1932 fundó y dirigió la Compañía de Teatro de Cámara, con la que recorrió un amplio repertorio universal. Pero su marca mayor proviene de su etapa de recitadora. En ese terreno, la figura de Berta Singerman crece hasta niveles superlativos. Neruda, Juana de Ibarbourou, Lugones, García Lorca, León Felipe, Juan Ramón Jiménez y muchos nombres más fueron evocados por su garganta privilegiada. Le devolví la poesía al pueblo. Saqué la poesía de los libros, a los que sólo accedían minorías selectas, decía. Al mismo tiempo, le gustaba aclarar: Recitadora o declamadora me parecen palabras odiosas. Soy una intérprete; ése es mi oficio. Por lo demás, su personal estilo impulsó a Jorge Luz a imitarla, con afecto. Casada a los 18 años con Rubén Enrique Stolek, un intelectual judío que murió en 1972; criticada en su momento por haber firmado manifiestos antifranquistas y con algunos problemas originados en su condición de judía, de acuerdo a declaraciones que formuló en determinadas ocasiones, Berta Singerman fue -por sobre todas las cosas- una artista impar.

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