sábado, 14 de agosto de 2010

El hombre que no duerme (2009) de Diego Lublinsky

Naturalismo siglo XXI: el triunfo de la imagen
 
por Azucena Ester Joffe y María de los Ángeles Sanz

1 El hombre que no duerme de Diego Lublinsky podemos definirla como una pieza de drama naturalista ya que reúne todos los procedimientos necesarios para la conformación de esa poética. La descripción llevada hasta el mínimo detalle (1), que se revela luego en la puesta, que no construye la intriga a partir de la convención del discurso sino que la expone a través de las acciones. La exhibición sin pudor del deterioro físico, casi obscena, de un hombre atravesado por una enfermedad terminal, el tema de la enfermedad como centro de la tensión dramática; el rescate del lenguaje coloquial y científico; los miedos, las fobias, focalizadas en el personaje de Ramiro, que establece el juego de antítesis, enfermedad / salud, enfermedad psíquica/ enfermedad / física; el determinismo social de una clase, la clase media que no sabe que hacer y se quiebra frente a la enfermedad y muerte de uno de los integrantes de la familia, momento crucial que inaugura el estallido de verdades ocluidas que cierra heridas y abre otras, tal vez insalvables. Inclusive la última imagen de reconstrucción de la memoria que refuerza semánticamente la ausencia del ser querido que ya no está, y refuerza la verdad del último destino de toda vida. Como en un Gran Hermano la textualidad está subsumida al servicio de exponer una temática difícil desde la enunciación, a partir de la imagen. La puesta de Lublinsky / Travnik parece descreer del poder de la palabra, y pone todo el esfuerzo en destacar las acciones a partir de la mirada. Teatro de imagen sin ser un teatro de imagen, donde se luce el diseño escenográfico de Magali Acha y su resignificación a través de los recursos que la tecnología permite, como la impresionante pantalla, puerta, que conduce a una extraescena omnipresente y omnisciente. Esta extraescena angustiante, a través del circuito cerrado de video, se impone al espectador. Nada queda sugerido y toda la agonía nos es presentada como si fuera una de las formas del documental -en el cual con cámara en mano se intenta captar la realidad “objetiva”; nosotros accedemos a todos los acontecimientos sin ningún filtro. Para este enlace de escenas, las “reales” y las “virtuales”, es importe el aporte de la escenografía, dispositivo que logra establecer la correspondencia necesaria entre ambas, multiplicado así los puntos de vista. Al presentar dos niveles abre el espacio escénico en estrecha relación con el espacio teatral –porque es utilizada toda la altura del mismo; en el “primer piso” el hijo menor frente a la TV intenta evadirse de lo que sucede en la “planta baja”. Como en Los derechos de la salud (1907) de Florencio Sánchez, aquél que debe irse, debe hacerlo para que los que quedan puedan por fin reencontrase y todo vuelva a un orden, aunque distinto al que fracturó la enfermedad. Ésta es un accidente que irrumpe en la vida de los personajes, y cada cual a su manera tratará de interpretar su sentido, de acuerdo a la cantidad y calidad de su amor; entendido como posesión en la imagen de la simbólica Graciela, la boa constrictora de Ramiro, que es el afecto ejercitado por Marta (Claudia Cantero), o el amor desprendimiento en Blanca (Patricia Becker), la enfermera que sabe que debe dejarlo ir, y que esto será cuando él pueda hacerlo. La figura del chino que también funciona como objeto símbolo de la situación, presente desde un principio en el espacio escénico, es como el cuerpo de Jorge (Luis Gasloli) rehén del deseo de los otros.

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Ficha Técnica: El hombre que no duerme de Diego Lublinsky. Dirección: Diego Lublinsky, Paula Travnik. Actuación: Patricia Becker, Jorge Booth, Claudia Cantero, Federico Costa, Luis Gasloli, Daniel Ridolfi, Fernando Sayago. Diseño de escenografía: Magali Acha. Diseño de Vestuario: Giorgio Correa, Anna Franca Ovstrovsky. Diseño de Luces: Facundo Estol. Diseño Sonoro: Ana Foutel. Prensa: Tehagolaprensa. Teatro El Kafka.

Bibliografía:
Calabrese, Omar, 1987. La era neo-barroca. Buenos Aires: Cátedra/Signo e Imagen.

(1) Sólo el entero y la sustancia de la operación permiten de hecho la definición del detalle, es decir, el gesto de poner en relieve motivado por el elemento respecto al todo al que pertenece. (…) producir detalles depende de una acción explícita de un sujeto sobre un objeto  y del hecho que entero y parte estén “copresentes”, el discurso por detalles prevé la aparición de marcas de la enunciación , es decir, del yo-aquí-ahora de la producción del discurso. La función específica del detalle, por tanto, es la de reconstituir el sistema al que pertenece el detalle, descubriendo sus leyes o detalles que precedentemente no han resultado pertinentes a su descripción. (Calabrese, 1987, 87/88)

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